Un ejemplo: Nación Zumbi
Se cumplen trescientos años de la fecha en que moría Zumbi, líder de la República Negra de Palmares, la más grande y duradera comunidad de rebeldes contra la esclavatura que existió, y capaz de resistir por espacio de sesenta años a todos los intentos de aniquilación.
Este acontecimiento se inscribe dentro de la trágica historia de la trata de esclavos en América Latina. A partir de 1549 y hasta 1850, primero Portugal y luego el Imperio del Brasil, importaron millones de esclavos africanos destinados al trabajo en los cañaverales, las minas y las plantaciones cafeteras. Gran parte de la historia de la producción de bienes del Brasil colonial fue fruto de la mano de obra esclava. Las estimaciones del número de africanos llevados anualmente por la fuerza a Brasil se calcula entre siete y doce millones, estimados por la Enciclopedia Católica en el total del tiempo de la trata, a los que deben sumarse un cuarto más que moría en la travesía.
En el siglo XVI, después de varias sublevaciones de esclavos en las plantaciones de las colonias portuguesas de Santo Tomé y Príncipe, en especial de un levantamiento fracasado por parte de Yoan Gato, el esclavo Amador lideró una rebelión exitosa que lo llevó a dominar dos tercios de Santo Tomé y a proclamarse rey. Esta situación sin embargo no habría de durar demasiado. Derrotados finalmente, los sublevados se refugiaron en los quilombos después de incendiar las plantaciones. Los señores, entonces, con sus haciendas y esclavos, iniciaron un lento trasiego de todo el sistema de esclavatura al Brasil, en el que se infiltraron los gérmenes de insurrecciones posteriores en el continente nuevo. La más notoria es la que instituyó los mocambos de Palmares ya mencionada, una república de esclavos sublevados que se mantuvo autónoma e invicta por más de sesenta años.
Las condiciones de vida de los esclavos fueron ampliamente descritas como perversas. Amontonados en las senzalas, galpones de las usinas de la caña de azúcar, sin elementos de higiene o siquiera aberturas al exterior, cuidadosamente vigilados, la vida activa de trabajo de los esclavos africanos no pasaba de diez años. Morían antes por agotamiento, hambre, enfermedades epidémicas, desolación.
El régimen de trabajo de los esclavos estaba condicionado por las exigencias productivas de la hacienda o el ingenio, así como por las particularidades del mercado, ya que ante el crecimiento de la demanda la explotación se intensificaba hasta llegar a límites increíbles.
Comprados por los plantadores como bestias de carga o herramientas, los esclavos eran considerados como parte integrante de los instrumentos de producción, con el agravante de la existencia de un mercado de esclavos que, regularmente abastecido, posibilitaba el reemplazo de los fallecidos, por lo que se procuraba obtener la mayor cantidad de rendimiento posible en el menor tiempo. La extensión de la jornada de trabajo llegaba a las dieciocho horas diarias. Los africanos traídos eran jóvenes, entre quince y veinte años pero, a partir de 1830, ante la inminencia de la supresión de la trata, se trajeron niños de nueve a doce años. Se esperaba que esta joven edad permitiera realizar el proceso de aculturación más rápidamente. Hasta 1820, la importación de esclavos fue predominantemente de hombres, pero posteriormente ante la inminencia de que se acabaría, se comenzaron a importar mujeres y niños. Se pretendía favorecer los matrimonios y aumentar los nacimientos para así institucionalizar “criaderos” de esclavos
El disciplinamiento venía por la tortura, el “tronco”, donde eran colgados, el bacalao, una especie de látigo para marcarlos, el collar de hierro. Las faltas más graves se castigaban con la castración y los dientes rotos a golpes de martillo. La huida significaba una persecución a cargo de cazadores especiales, los Capitanes do Mato, que hacían su negocio con la caza y la entrega de esclavos, vivos o muertos.
Las formas de resistencia fueron básicamente dos: la primera consistió replegarse al interior de las creencias religiosas africanas, que aunque controladas y transformadas por los cleros evangelizadores, podían guardarse en lo profundo de la identidad y mezclarse entre sí, dando lugar a modalidades sincréticas que emergieron a lo largo de siglos en América: las religiones afroamericanas que mantenían los panteones de dioses de origen africano e incorporaban elementos indígenas y cristianos.
La segunda forma de resistencia era plegarse a los movimientos de blancos en contra de la administración colonial, en las rebeliones que estallaron por toda América durante tres siglos de régimen colonial. En Marañón, Bahía, Minas y en el Sur, las rebeliones que se sucedieron tuvieron siempre el apoyo de negros esclavos que veían en ellas un modo de expresar su rebeldía ante la inhumana situación. La lucha armada se organizaba en los kilombos (del idioma kimbundo hablado por los bantús de Angola; palenques, en otras partes de América del Sur), que se multiplicaron por todo el continente. Si bien su duración era efímera, sentaron las bases para la organización que después sería la República de Palmares.
Estas comunidades vivían en lugares inaccesibles donde los ejércitos de la Corona y los Capitanes do Mato no pudiesen llegar, desarrollaban una pequeña agricultura, y podían eventualmente atacar las haciendas de las cercanías. El temor de los hacendados y de los dueños de los grandes cañaverales llevó al gobierno portugués a aplicar medidas de violencia extrema. Es en este contexto, en la Capitanía de Pernambuco que, aprovechando la ocupación holandesa de gran parte del nordeste brasileño, y el enfrentamiento de los imperios con estos nuevos enemigos, que un grupo numeroso de esclavos logró escapar de sus dueños para fundar la República
de Palmares, la que se mantuvo intacta con intermitencias entre 1628 y 1697 con una población que se estimó en veinte mil, que constituyó, junto con Haití, la experiencia de autogobierno africano más importante que se haya llevado a cabo fuera de África.
Palmares fue una federación —del estilo de una organización de pequeños grupos, tal como existieron hasta recientemente en África— de diez comunidades llamadas mocambos, y cuya ciudad real llamada Macaco contuvo mil quinientas viviendas dentro de un cerco fortificado hecho de palos en punta. En medio de las casas se erguía una iglesia en la que la expedición portuguesa encontró una imagen de Jesús Niño, otra de Sao Bras y otra de la Señora de Conceicao.
La subsistencia de base agrícola (maíz, banana, mandioca, frijoles), el coco y la cría de aves y pequeños animales era completada por eventuales incursiones en haciendas vecinas en busca de tabaco, harina o ganado.
En Palmares no sólo hubo esclavos negros. Llegaron también a refugiarse allí blancos perseguidos e indios. Su primer líder fue Ganga-Zumbá hasta 1678 y su segundo Zumbí, y existió un Consejo que dirimía junto con él sobre las cuestiones importantes. A su vez, cada mocambo tenía su líder particular, el que si bien autónomo respondía al liderazgo de Zumbí.
Según las crónicas, el sistema respondía a más a un modelo africano de reyecía bantú que a lo que modernamente se entendió por “república”.
Palmares resistió a un número de expediciones punitivas difícil de precisar durante las tres etapas de su existencia:
1. El período holandés, que finalizó destruido por Bareo en 1644.
2. Un segundo período de Palmares, fruto de la restauración pernambucana que finaliza por la expedición de don Pedro de Almeida.
3. La Palmares terminal, devastada definitivamente en 1695.
La bibliografía concuerda en que las guerras fueron más de veinte y menos de cuarenta, dato que da una idea de la persistencia e intensidad de la persecución. El ejército de Palmares utilizaba arcos, flechas, lanzas y armas de fuego tomadas de las expediciones holandesas y portuguesas en tanto que los mocambos habían sido fortificados con estacas y fosos.
En 1677 la expedición de Fernando Carrillo casi aniquila la República con matanzas, incendios y prisiones masivas. Un año después, el gobernador de la Capitanía de Pernambuco cambia su táctica y envía representantes a Palmares ofreciendo paz, respeto a sus vidas y devolución
de prisioneros, si ellos deponían las armas. El entonces líder Ganga-Zumbá acepta la propuesta y envía una delegación que regresa con regalos y el ofrecimiento de paz si la rebelión fuera depuesta.
Pero el Consejo Ultramarino de Lisboa no aceptó el trato, diciendo: “No conviene que se admita la paz con estos negros pues la experiencia ha demostrado que esta práctica es siempre un engaño y también por nuestra reputación...” Tampoco los jefes de Palmares, dirigidos por Zumbí, lo aceptaron. Ganga-Zumbá fue ejecutado y asumió este último. En 1695, el bandeirante paulista Domingo Jorge Velo y sus hombres realizaron dos sangrientas expediciones para acorralar y liquidar a la República Negra de América del Sur. La capital resistió veintidós días antes de ser devastada. Hay versiones que sostienen que Zumbí logró huir con veinte hombres por un sendero junto a la Sierra Viscosa, y se instaló en una caverna para organizar una nueva resistencia, pero uno de sus tenientes delató el lugar del escondite a cambio de su propia libertad. Se señala que Zumbí fue asesinado y su cabeza expuesta en la plaza pública “para aterrorizar a aquellos que lo juzgaban inmortal”. Otras versiones relatan que “no queriendo sobrevivir a la
pérdida de Palmares, Zumbí y sus guardias se precipitaron” (desde un barranco) “prefiriendo una muerte gloriosa al cautiverio deshonroso que les aguardaba”.16
Teresa Porzecanski , Memoria del Simposio LA RUTA DEL ESCLAVO EN EL RÍO DE LA PLATA: SU HISTORIA Y SUS CONSECUENCIAS UNESCO: Montevideo 1994
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